lunes, 16 de mayo de 2016

DORMIRSE DURANTE LA TOMA (10/05/2016)

Aunque parezca mentira, eso es lo que me ha pasado hoy con Pelayo. Y me ha costado Dios y ayuda darle el biberón. El pobre ya se había dormido justo antes del baño, y cuando digo justo antes, es justo cuando terminaba de llenar la bañera. Se despertó mientras lo desvestía y estuvo tranquilo durante el baño, muy atento a su padre, que hoy nos acompañaba en el baño.

Luego tuvo un momento de lloros, aunque se tranquilizó mientras le ponía la crema, pero luego empezó a llorar cuando intenté limpiarle las orejas, y ya no paró hasta que le di el biberón.

Yo sabía lo que le pasaba, y es que se juntó el hambre con el sueño, aunque más de lo segundo que de lo primero. Se sabe por el lloro, llega un momento en que aprendes a distinguirlo, por muy difícil que parezca al principio. Y aquí aparece el problema, porque ¿qué haces si se duerme durante la toma? ¿Lo dejas pasar y lo acuestas, o lo fuerzas a que coma?

Vaya por delante que yo nunca he sido partidaria de forzar a mi hijo a comer, aunque bien es verdad que normalmente lo que me pasa es lo contrario, que tengo que refrenarlo para que no coma más. Pero alguna vez ya me ha pasado que se ha dormido comiendo (una de las pocas cosas que debe de haber heredado de mí), y en ese caso, el problema era que paraba de darle de comer y le dejaba dormir, pero claro, al cabo de un rato el hambre llamaba a la puerta y ya no se callaba dándole el resto del biberón que se había dejado. Había que darle uno entero, con lo cual estaba comiendo más de la cuenta, algo que nunca me ha gustado.

Así que hoy no quería que Pelayo se durmiera. ¿Y cómo se consigue? Eso es algo que cada madre debe averiguar, porque cada niño es un mundo… Yo le hablaba mientras bebía, evitaba darle los besos que le doy normalmente porque parece que le tranquilizan mucho… Pero cualquier madre acaba sabiendo que cuando el sueño ataca, es muy difícil ganarle la partida. Yo lo que hice fue una de las cosas que más le molestan: sentarlo para echar los gases, y rascarle la espalda. Pero ni así. Se bamboleaba el pobre para todas partes porque estaba sopa sopa, así que al final me di por vencida, más que nada porque era un poco estúpido seguir dándole un biberón que no se estaba tomando. Por suerte casi se lo había tomado entero, así que acosté a Pelayo y el pobre se quedó frito al momento. No es que me cueste mucho que se duerma, pero hoy ha sido record absoluto. A ver hasta qué hora me aguanta.


Nota: aguantó lo de siempre, más o menos hasta las cuatro de la madrugada (desde las nueve).

jueves, 21 de febrero de 2013

El proceso creativo

Ahora mismo, tengo la cabeza que me echa humo. Después del trabajo, he retomado el tema del libro y me he sentado a hilvanar la historia, la trama. Sabía de antemano que es un proceso complejo, consume mucha energía, ¿pero tanta? Eso no lo sabía.
Hace tiempo, leí un libro que analizaba los diferentes elementos que ha de tener un bestseller. No significa que si tu historia tiene esos elementos, vayas a triunfar. Para nada. De hecho, varios libros que he leído y que me han encantado no cumplían esas normas. Uno de los capítulos trataba sobre el proceso creativo, cómo el escritor se sienta con una idea más o menos clara y la va desarrollando.
El libro en cuestión era “El hombre de San Petersburgo”, de Ken Follett. Pues aluciné con los diferentes borradores que se curró, hasta que dio con la versión final de la novela. En la primera, había personajes que después desaparecían en el segundo borrador, en un tercero volvían a aparecer. Unas veces eran buenos, otras malos. Vamos, que de una historia, podría haber sacado cuatro o cinco novelas, y todas habrían sido distintas, y seguramente, igual de buenas.
Algo así es lo que me ha pasado esta tarde. He cogido los trozos inconexos que tenía en la cabeza, intentando enlazarlos para crear mi historia. Y todo esto, a la antigua usanza, con bolígrafo y papel. A medida que iba escribiendo, los personajes cobraban vida en mi cabeza, todo iba más o menos bien… Hasta que se han empezado a rebelar. Ha llegado un momento en que en mi cabeza parecía estar desarrollándose una partida de Sims en modo “libre albedrío”. La protagonista se me ha convertido en una pánfila a medida que los malos ganaban terreno, y ha acabado pintando poco o nada en la historia. Era la heroína, hasta que mi bolígrafo, siguiendo las indicaciones de mi cabeza a mil por hora, la ha convertido en una tiparraca sin sangre en el cuerpo y sin ningún interés. El personaje malo malísimo acababa muerto en medio de la trama y de potencial asesino pasaba a ser víctima. Y de repente, toda la historia ha dado un giro inesperado, que me parece buenísimo, pero que no acabo de ver cómo lo encajo.
He contemplado la posibilidad de seguir los consejos de la gente que me dice que simplemente me ponga a escribir, y que ya irán saliendo las cosas. Es cierto que cuando te pones a escribir, hay elementos que van cambiando y cosas que se te ocurren de repente. Pero normalmente no suelen ser elementos excesivamente relevantes. Y la verdad, uno de mis defectos es que soy demasiado perfeccionista como para ponerme a escribir a lo loco, porque normalmente eso suele acabar en una historia donde al final has perdido el rumbo y no sabes ni para dónde va.
Al final, sinceramente, todo esto se ha convertido en una montaña rusa de emociones según iba escribiendo. Y eso que aún estoy confeccionando un triste borrador. Así que aunque rabiosa porque no acabo de ver qué saldrá, me estoy divirtiendo, y estoy también emocionada, porque creo que estoy cerca y de que va a ser mucho mejor que lo que en principio tenía en la cabeza. Si es que no termino en un manicomio. Stay tuned!

martes, 19 de febrero de 2013

Prólogo

Lo primero que sentí fue un barullo a mi alrededor. No veía nada, solamente oía voces, pero tan lejanas y tan bajas que no podía entender qué decían. Me recordó al sonido amortiguado que se percibe cuando estás bajo el agua y escuchas a alguien hablando en la superficie.
Tampoco podría decir cuántas voces eran. Solamente eran susurros, sin rostro ni cuerpo, pero los oía por todas partes, como si viese una película en dolby surround. Sólo que no veía nada. Eso fue lo segundo que percibí. Tomé conciencia fugazmente de que a mi alrededor, aparte de las voces, reinaba la más absoluta oscuridad. Di orden a mi cerebro para que abriese los ojos, pero ninguna luz se encendió.
Intenté extender los brazos, para ver si podía tocar algo que me permitiese hacerme una idea de dónde estaba y de qué me pasaba, pero no noté que mis extremidades se moviesen. No noté nada. De repente, me entró miedo, que poco a poco se fue convirtiendo en pánico, a medida que tomaba conciencia de que solamente oía voces, que no entendía, y que no podía ver ni sentir nada. Todo mi mundo se reducía a un cerebro pensando, incorpóreo, etéreo.
Luché por concentrarme en las voces, por intentar captar algo, aunque solamente fuese una palabra. En aquel momento, cualquier cosa me valía, con tal de que me sonase familiar y aliviase un poco el pánico que se estaba apoderando de mí. Después de un rato, percibí que, aparte de los murmullos, también escuchaba ruidos. Oía una especie de pitido, regular, a intervalos cortos. También oí un susurro acariciante, schsssssss, schsssssss. Se me vino a la cabeza la respiración de Darth Vader, y ese solo pensamiento, por un segundo, me reconfortó. Algo familiar, algo reconocible. Schsssssss, schsssssss. Pero no conseguía darle forma a nada de lo que oía.
Estaba atrapada. En un pozo, en la negrura, en algún lugar inidentificable. Schsssssss, schsssssss. Donde hasta entonces, solamente podía pensar, dar vueltas sin llegar a conclusión alguna. Schsssssss, schsssssss. De repente, el lejano pitido que conseguí escuchar, ganó fuerza rápidamente, subió de volumen y de cadencia, cada vez más alto y más rápido, más alto y más rápido, hasta que se convirtió en un estruendo continuo. Y de repente, la nada.